sábado, 6 de agosto de 2011

10 hipótesis


1.  Hipótesis Infrapolítica. Los últimos años hemos asistido a una polaridad entre quienes enfatizan practicas micropolíticas (producción de afectos, conceptos y conocimientos situados) y quienes sostienen en un sentido estricto opuesto afirmaciones macropolíticas (a nivel del estado y de las grandes estructuras). Desde la primer perspectiva, la macro posee una racionalidad propia que la torna inmodificable en términos substanciales. En efecto la macro se constituye ante todo como una dinámica más pragmática, en la micro puede primar una dimensión ética (etica como dinámica de producción de valores, opuesta a una moral que privilegia los valores como ya hechos). Etica quiere decir, aquí, invención de afectos, conceptos y, en general, de nuevos modos de vida. Desde la segunda perspectiva, la micro suele ser percibida o bien como irrelevancia (fuente de todo tipo de inefectividades), o bien como una dimensión sutil y subordinada que vale como desprendimiento de la lógica seria y relevante de la propia dinámica macro. Una pregunta con la que convergemos muchos de nosotros a este espacio es la siguiente: ¿cómo insistir en el terreno de estas micropolíticas produciendo efectos en el nivel macro, pero sin dejarnos arrastrar hacia su régimen de visibilidades y sus códigos de identificación? Una primera hipótesis es que existe un espacio que podríamos llamar “infra-político” que se caracteriza por su capacidad de afirmación ética en el nivel de la micro, que mantiene sus aspiraciones a problematizar el mundo repercutiendo en la macro, pero que no aspira a integrarse como actor permanente en la macro. Nos interesa explorar esa interface, ese espacio, esa posibilidad.
2. Promiscuidad. La razón política busca antagonismos de clase, culturales, o los que sea para operar. Nuestro desafío consiste, quizás, en admitir que ese antagonismo no nos preexiste del todo. Que vivimos en una época de promiscuidades (en un sentido estrictamente no moral), en donde elementos de muchas realidades diferentes se sobreimprimen, se yuxtaponen. Asumir la promiscuidad podría ser un buen índice de abandono de una racionalidad abstracta y a priori, y de una disposición a sumergirnos por debajo de la realidad representada, de las consistencias del sentido que nos vienen preconstruidas  
3. Lenguaje Chexe. Nuestro contexto cultural está tensado también entre quienes exigen rigor de lenguajes y saberes técnicos para un mundo que reclama ante todo “gestión”, y quienes celebran la hibridación de géneros, razas, singularidades y tradiciones. Todas las lenguas parecen tironeadas entre un racionalismo abstracto, siempre tecnicista, organizador y ascéptico, y una idea demasiado fácil de mezcla despolitizante, que descuidarlos matices y las condiciones de poder en que esos encuentros se realizan. Hace tiempo que aspiramos a resolver los problemas. A lo sumo deseamos replantearlos. Lenguaje Chexe indica, para nosotros, una condición colectiva de enunciación. Hablamos por y entre diferentes que trabajamos juntos. Esto supone inventar un modo de hablar que no borra las diferencias, pero aspira a escapar al binarismo que empobrecen las lenguas políticas, académicas, tribales, urbanas.   
4. Explotacion, acumulación por desposesión. No son pocos los investigadores y militantes latinoamericanos que advierten sobre una modalidad de acumulación de capital cuyo efecto directo es la desposesión. Desposesión de las riquezas comunes. Desposesión de lo que habitualmente se llaman los recursos naturales. Existe un buen cúmulo de experiencias resistencia contra el modelo neodesarrollista que propone el crecimiento como solución única a todo problema. Un crecimiento que no altera su fundamento en la propiedad (y sobre todo en la apropiación privada) de la riqueza común.  Menos notable resulta, en cambio, el paralelo entre estas formas de desposesión ligadas a la naturaleza (aunque sus efectos sean bien sociales y culturales como los desplazamientos de comunidades enteras, o el descuido de saberes comunitarios sobre el mundo, la tierra) y las vías de explotación de lo que en la ciudades se produce como bienes comunes producto del trabajo y la cooperación colectiva. La hipótesis que nos proponemos, entonces, es espejar estas dos situaciones como parte de una recomposición de un territorio latinamericano en movimiento, producir un continuo entre estas situaciones (y de las resistencias posibles a esta dinámica de acumulación) como rasgo central de lo latinoamericano actual.  
En la articulación entre esta modalidad de acumulación por desposesión (neo-colonialismo extractivista que tracciona al “desarrollo”) y los movimientos migratorios más recientes hacia los centros urbanos, es posible repensar las formas de representación política acerca de las relaciones campo-ciudad dislocando el carácter binario de la conjunción y poniendo en relieve la multiplicidad de flujos que allí se juegan. Si buena parte de las experiencias de resistencia a los modelos neodesarrollistas se está librando en aquellos territorios donde se concentran críticamente los “recursos naturales”, ¿cómo articular estas luchas con las formas de participación política en las ciudades sin que sean vividas como “ajenas” o “lejanas” a los procesos específicos que se despliegan en los centros urbanos? Esto es, ¿cómo resituar los efectos de la minería o la sojización de la tierra con las transformaciones (o intensificaciones) de los modos de explotación del trabajo y los bienes comunes en ciudades que ven acrecentada su población… y a la vez, repensar en su articulación las formas de lo político en uno y otro lugar?
5. Migración. La migración (o el “desplazamiento territorial”) constituye una de las claves de reconfiguración de los territorios, de la posibilidad de construir espejos entre territorios, de mutar las lenguas, de constituir mezclas cómplices. Puede ser una guía muy concreta para nuestro trabajo.  
6.  Humor. Muchos de nosotros hemos intentado, a partir del 2001 sobre todo, proponer prácticas autónomas. Como sucede con tantas otras expresiones, esta palabra se ha vuelto sectaria, seria, solemne o ridícula. No se trata de abandonarla sino de someterla, como a todo lo demás, al humor. El humor fluidifica nuestros modos de pensar y de ser. Nos deja disponibles a nuevos modos de ser. No un humor ingenuo, incapaz de politización. Sino un humor inocente, capaz de ponernos en movimiento.
7. Terapia, expresión y política. No son pocos los que indican que los espacios actuales de politización (no los espacios ya definidos como “políticos” o “Militantes”) tienen que combinar al menos tres aspectos de la existencia: una dimensión de acompañamiento, cuidado y escucha de los otros (terapéutica), una capaz de impulsar a la palabra, a la imagen, al audio, y en general a formas expresivas (o artísticas) propias, y una dimensión específicamente política, ligada a la comprensión y modificación de las relaciones de fuerza en que se desenvuelven nuestras vidas.   
8. Cálculo. Todos calculamos. No vale tener una mirada moral sobre el cálculo. Tampoco vale ser espectadores. Podemos llamar politización a la alteración concreta de nuestros propios cálculos, y de los cálculos ajenos. Políticas concretas son las que en escala péquela o grande modifica nuestros cálculos. El cálculo nos devuelve a una materialidad de la vida que es fundamento de la política cuando la política logra salirse de un puro espectáculo centrado en las escenas del palacio.
9. Visibilidad. Se trata de construir un nuevo modo de visibilidad. Fuera del espectáculo, fuera de los vedetismos. Resistir el cliché (de intelectual/profesional que sabe, de victima que sufre, de militante/justiciero que denuncia, etc), no convertirnos en estereotipo alternativo. La idea de una fuerza del anonimato que busca nuevas formas de expresión.    
10. Trabajo. La actividad que produce valor está en el centro de nuestras preocupaciones. Por como se la vuelve mercancía. Como se la manipula. Por como se la sobreexplota. Por como se la desconoce. Por los modos en que se la representa y organiza. No hay horizonte de problematización que pueda dejar este asunto intocado.

martes, 2 de agosto de 2011

La fiesta en política


La fiesta del PRO en Capital Federal y Santa Fé: votos, globos y cotillón. El conflicto social como interrupción del lenguaje festivo. Su festividad no se parece en nada a nuestra alegría.

martes, 26 de julio de 2011

martes, 12 de julio de 2011

Movimientos sociales, estado, ciudadanía





A partir de un audio de la activista feminista Mabel Bellucci, conversamos sobre la relación entre los movimientos sociales y el estado. La ley, lo alegal y un fragmento de Santiago López Petit sobre desciudadanización.

martes, 5 de julio de 2011

Una mañana zombie



Conversamos con el artista Juan Miceli y con Chale Atala, del colectivo Barrilete Cósmico, sobre lo zombie y lo que acerca del 2001 y su después nos permite pensar esa figura. El monstruo, el fantasma, el mutante, el infante, el puro cuerpo.

viernes, 1 de julio de 2011

El problema del hambre no es un problema de productividad de alimentos si no de cómo se produce

Nuestro Repudio a los acuerdos y declaraciones sobre la crisis alimentaria del G20

Por el Movimiento Nacional Campesino Indígena 
 
Los medios de comunicación argentinos difunden la noticia de que los acuerdos del G20 en el tema agricultura son un éxito para Argentina y el mundo. Y se destaca en esto la posición Argentina en cuanto a la crisis alimentaria.

Desde el Movimiento Nacional Campesino Indígena repudiamos los acuerdos y las falsas soluciones basadas en las presiones y lobbies de las transnacionales. Basados en certezas científicas sesgadas y corrompidas como un cáncer en gran parte de la producción pseudo-científica de las Universidades durante el auge del neoliberalismo.

En primer lugar el G20 no es un espacio democrático ni legitimo para debatir políticas agrarias globales, están allí ausentes casi todos los países y principalmente aquellos que han sufrido la perdida de soberanía alimentaria debido a la revolución verde y la invasión de las transnacionales, muchas veces precedidas por tropas militares de la OTAN.

Los Gobiernos de Argentina y Brasil impulsaron que el Consejo de Seguridad Alimentaria en la FAO, sea el espacio de gobernanza mundial agrícola.

Y ahora, por lo que se leen en los medios de comunicación, ¿Claudicaron en sus convicciones? ¿Mintieron a la sociedad civil y a 193 gobiernos que aprobaron la reforma del CFS/FAO?

La FAO tiene muchísima información para demostrar que el problema del hambre no es un problema de productividad de alimentos si no de como se produce, quienes producen y como se distribuyen los mismos, un reciente documento de FAO describe que en la cadena agroindustrial global se pierde el 40% de los alimentos producidos por descomposición y desechos. 

El informe IAASTAD del cual FAO es parte, demuestra que a medida que se desarrolla la agricultura industrial y se fortalece el poder de las transnacionales el hambre crece en el mundo. El mismo informe recomienda retomar la vía de la producción campesina familiar y agroecológica como forma de luchar contra el hambre.

¿Es por estas contundentes pruebas que la discusión de la política agraria global se sale de la ONU y de FAO y se lleva a la OMC y a al G20 donde los países poderosos y las transnacionales tienen mucho más poder?

Pero ¿y la posición argentina?

La posición que llevó el gobierno argentino a la reunión del G20 es producto de la presión y el lobby de la mesa de enlace y las corporaciones transnacionales. El actual modelo agropecuario no es sustentable, el mercado interno esta apenas sostenido por enormes masas de subsidios que el estado nacional debe aportar a los sectores concentrados del las carnes, lácteos y granos para que los precios mínimos de los alimentos básicos no se disparen. La cadena agroalimentaria esta cada vez mas monopolizada, producto del acaparamiento de tierras y de la concentración industrial, así como de la burbuja financiera que rodea al mercado global de los alimentos.

Las cosechas record de millones de toneladas de granos son incapaces de saciar el hambre a los argentinos y que en pleno 2011 todavía tengamos que soportar índices que dan cuenta de esta realidad, y aunque el hambre se publica en menos de 5 %, la pobreza sigue en dos dígitos 13,9 % 

Los agro combustibles (mal llamados biocombustibles) generan también enormes presiones para que los alimentos aumenten

Plantear que debemos redoblar las exportaciones de alimentos en el marco del modelo actual genera claras contradicciones con las aspiraciones de un desarrollo industrial armónico con justicia social y con las políticas de derechos humanos .Además esto va en dirección a consolidarnos como productores de materias primas en el marco de un saqueo transnacional que nada tiene que envidiarle a antiguos esquemas coloniales. Aumentar a 160 millones de toneladas de granos (forrajeros y no alimentarios) la producción anual (tal como anunció el ministro) es sumar otras 10 millones de hectáreas a las 20 millones que se cultivan de soja transgénica, además de los otros cultivos. Y no tiene otra forma de hacerse que a partir de los desalojos de las familias campesinas que producen de manera sustentable en el bosque, a partir de eliminar la biodiversidad de ecosistemas frágiles y en franco deterioro como el Parque Chaqueño. Presionando al exodo rural que continuara sobredimencionando las ciudades.
La agricultura argentina (exceptuando la campesina, indígena y familiar) no es nacional, ni responde a intereses nacionales, y por tanto no podemos engañarnos, un modelo basado en retenciones a las exportaciones agrícolas no conduce a ningún desarrollo, mucho menos al buen vivir, o calidad de vida. Las retenciones son una buena medida coyuntural, pero para nada una solucion estructural.

Por eso la Argentina debe rectificar su posición, en primer lugar el debate debe darse en el ámbito de la ONU y del CSA en FAO, y en segundo lugar se hace necesario plantear herramientas globales para frenar la escalada de precios de los alimentos así como detener al capital financiero. Sobran ejemplos para ver que todo lo que toca este tipo de inversiones luego cae catastróficamente.

Frente al problema del hambre es urgente generar mecanismos de control sobre las transnacionales y poner firmes límites a los acaparamientos de las cadenas agroalimentarias por parte de las mismas.
Además la única salida a la crisis alimentaria y a la crisis climática es fortaleciendo la agricultura campesina y familiar, única garantía de producción de alimentos sanos y suficientes en el marco de sistemas de mercados locales dinámicos y justos, claro eso se logra con intervención estatal. El Brasil ha sido un claro ejemplo con su programa Hambre Cero, realizado entre gobierno, movimientos de agricultores familiares campesinos y consumidores urbanos como sujetos activos.

Además las exportaciones de alimentos deben estar centralizadas y fiscalizadas por el estados, los ingresos económicos ser insumos para políticas públicas y el desarrollo.

El rol de las organizaciones campesinas indígenas y de la agricultura familiar es de carácter estratégico, la mayoría de las estructuras del estado fueron configuradas al servicio del agronegocio, por lo tanto para desarrollar políticas públicas transparentes y democratizadora, las mismas deben contar con la activa participación de las organizaciones.

La cuestión de la tecnología y la ciencia esta hoy al servicio del capital y de las corporaciones, es necesario socializar y generar conocimiento científico capaz de articular con el conocimiento ancestral acumulado en las comunidades campesinas y desarrollar nuevos modelos de producción agroecológica.

No nos engañemos mas, que la idea de maximizar a toda costa la exportación de comodities históricamente benefició y fortaleció a la oligarquía rural y sus aliados las transnacionales. No hay posibilidad de construir en modelo sustentable y justo en ese esquema, porque el poder de la producción de alimentos no es algo a subestimar.

Finalmente plantear que el planeta tierra y todas sus fuentes naturales y energéticas son fuente ilimitada de energía y mercancías es algo irracional y para nada científico. Y este modelo de producción y consumo industrial intenta obviar esa evidencia. Eso puede llevarnos a toda la humanidad a un final catastrófico. El cambio climático y el hambre. La Revolución Verde no solucionó el hambre sino que la acrecentò;  la revolución transgénica ha provocado violencia contra los productores genuinos de alimentos y más hambrientos. No son los científicos los quegarantizarán los alimentos, sino los agricultores campesinos, pescadores artesanales, pastores y pueblos indígenas.

Sin explayarnos lo suficiente diremos además que este modelo nos expone directamente a millones de litros de agro tóxicos que son esparcidos sobre nuestro territorio y que esta presente en la mayoría de los alimentos que ofrece la gran industria, sumándole los componentes transgénicos, de los cuales todos los consumidores somos ratas de laboratorio para conocer que efectos provocaran en la humanidad y en el planeta.

No habrá manera de establecer la justicia social sin soberanía alimentaria, y no es posible la soberanía alimentaria en el marco de una agricultura industrial controlada por una las corporaciones transnacionales y la mesa de enlace.

Este es un debate urgente y todos aquellos sectores que nos consideramos como progresistas, de izquierda o nacional y popular estamos obligados a darlo profundamente sin especulaciones políticas ni electorales. No escamoteemos la realidad con el credo del progreso moderno, que tantas consecuencias nefastas esta trayendo a la humanidad y a la vida en la madre tierra.

miércoles, 29 de junio de 2011

“Temblad, temblad, malditos”

Por Santiago López Petit

No es un sueño, es un despertar. Señor Felip Puig usted es feo. Hay personas feas que son extraordinariamente hermosas. No es así en su caso. Su fealdad es la de la mentira y del engaño. Cuesta mantener la cabeza fría cuando pasan tantas cosas tantos años deseadas. Recapitulemos. Miles de personas toman las plazas y empiezan a organizar otro mundo. La gente sonríe y se junta. El presidente de un parlamento debe ser traído en helicóptero a la jaula principal del Parque Zoológico porque la gente bloquea la entrada. Los desahucios se detienen. Y un grito ensordecedor se deja oír: “Basta ya. Queremos vivir”. Los que toman medidas contra nosotras, los que gestionan esta realidad en crisis no han entendido aún lo que está sucediendo. Sencillamente, el miedo ha cambiado de bando. Ahora son ellos los que a la defensiva no saben qué hacer y agitan patéticos sus verdades ridículas. Pero ya (casi) nadie les cree.

Tomar las plazas nos permitió levantar una posición en lo que antes era una mar de soledades. Con esta posición ganada pudimos organizar una resistencia colectiva ante las olas de intimidación y de ignominia. Poco a poco fue surgiendo un movimiento que si bien se enraizaba en el espacio ocupado, iba más allá ya que tomar la plaza significaba en definitiva estar emplazado y comprometido con una lucha que no tiene vuelta atrás. Ahora al desbordar las plazas e infiltrarnos en los barrios, en las empresas, al hacernos incontables en incontables manifestaciones nos hemos constituido en fuerza política. Se trata de una fuerza política nueva que ha descolocado a todos porque es un auténtico puñetazo sobre el tablero de juego. No es una opción política más sino una fuerza política cuya sola presencia obliga a replantear las mismas reglas del juego democrático. Por esto nos acusan de populismo fanático, de hacer antipolítica. Se equivocan, no es antipolítica sino crítica de la política, es decir, invención de otras formas de vida y de gobierno. Cuesta llegar a pensar la radicalidad que comportan los principales lemas del movimiento del 15 J: “No somos mercancías”, “No nos representan”, “La calle es nuestra”. Incluso la frase “el pueblo unido jamás será vencido” adquiere en este momento una credibilidad insospechada ¿Cuántos años hace que no se oía la rabia digna? Evidentemente, estos gritos – y sobre todo querer materializarlos - es inadmisible para el poder. De aquí que desde hace semanas su única obsesión sea acabar con esta peste que se extiende como una pesadilla. Porque para ellos nosotros somos la peste, el Mal absoluto que desafía el Bien (la democracia, el sentido común), la verdad insoportable que hay que erradicar del espacio público.

¿Cómo acabar con una fuerza política cuya única existencia deslegitima día a día el Estado de los partidos? ¿Cómo acabar con una fuerza política que lentamente agujerea esta realidad opresiva y obvia que nos ahoga? El procedimiento es conocido puesto que el poder en el fondo siempre actúa igual. O destruye o integra. En nuestro caso, la destrucción ha pasado por convertir en problema de orden público lo que es un desafío político, en aislar dentro del nosotros el grupo de los malos y así dividir el movimiento. Ésta ha sido la estrategia puesta en marcha especialmente después del bloqueo del Parlament en Barcelona. La integración ha venido posteriormente al constatar el éxito inaudito de las manifestaciones que proclamaban “La calle es nuestra, no pagaremos su crisis”, a pesar de la impresionante campaña mediática de aislamiento. Vestida de un paternalismo cínico y asqueroso, la integración pretende sencillamente imponer un proceso de identificación que normalice por fin esta fuerza incontrolable e imprevisible. “Todos los partidos pactan llevar al Congreso propuestas del 15-M” (Libertad digital 22 de junio 2011). La estrategia de la “comprensión”, de la “escucha”, empieza cuando ya no hay más remedio. “Escoged vuestros portavoces, formulad un programa concreto, confiad en la democracia parlamentaria…”. Se trata de una llamada a salir de la noche, a definirse mediante las mismas reglas que rigen esta realidad. Ahora la destrucción se hace más sofisticada ya que el proceso de despolitización puesto en marcha es, paradójicamente, una coacción para que haya un retorno a la política clásica, para que abandonemos una política nocturna hecha en primera persona. “Si sois buenos retocaremos la ley electoral. Pero volved a la casa del sentido común. Mejor la democracia imperfecta que el caos”.

No sabemos si estas estrategias tendrán éxito, lo que sí sabemos es que ambas se apoyan en una movilización de la opinión pública. Este es nuestro punto débil: la dependencia respecto a la opinión pública. Hemos llegado a imponer una coyuntura política y, en cambio, muchos de nosotros aún creen que la opinión pública existe y no es así. La opinión pública se produce y se conforma según conveniencia. No existe significa, pues, que se trata de una mera construcción realizada mediante los medios de comunicación que, en la actualidad, son auténticos dispositivos de poder. La opinión pública es simplemente el público. El público que sostiene el espectáculo. La batalla por construir la opinión pública no es por tanto la nuestra. Nuestra batalla es por deshacer la opinión pública: eliminar el público. ¿No gritamos durante las manifestaciones “No nos mires, únete”? “Nadie nos representa” en el fondo quiere decir que para nosotros no hay opinión pública. De hecho es lo que en la práctica hemos comprobado. El uso de internet al permitir mostrar otras verdades hace saltar por los aires la construcción política de la unanimidad reaccionaria. La fuerza política que surge con la toma de plazas no tiene nada que ver con la opinión pública, sí con una interioridad común que todas presentimos. Esta interioridad común es el propio querer vivir cuando se gira sobre sí mismo, es decir, cuando comprende su dimensión colectiva. Nadie sabe qué puede la interioridad común cuando se exterioriza como desafío frente a la inexorabilidad de lo que hay. Lo importante es estar conectados con la interioridad común y entonces seguramente nos daremos cuenta que nuestros mayores enemigos son los viejos discursos políticos, el aburrimiento, y el miedo al vacío.

La fuerza política que surge como fuerza del anonimato no puede ser encerrada en el antiguo molde llamado “nuevo movimiento social” ya que nada tiene que ver con sus prácticas siempre prisioneras de un doble lenguaje: defensa de una identidad, traducción política de la reivindicación, denuncia de la criminalización en términos victimistas. La fuerza del anonimato constituye también un desvarío para los intelectuales y ellos han sido los primeros en postularse para reconducirla: “anuncio de un nuevo contrato social”, “estímulo para regenerar la democracia”, “bienvenida si rechaza toda violencia”… (Abro un paréntesis: es curioso el despertar súbito de tantos intelectuales dormidos por comer demasiado bien. Uno de los ejemplos más divertidos es el de un gurú de la sociedad-red de pensamiento banal y mediocre, que después de apoyar a los socialistas con sus consejos y viendo llegada su derrota, decide apoyar a la derecha catalanista y culmina su transformación paseándose por la plaza tomada para seguir impartiendo lecciones.¿De qué?) Esta fuerza política que estamos viendo nacer no es comprensible mediante las dualidades usuales: dentro/fuera, militantes/no militantes, construcción/destrucción puesto que su mayor mérito es inventar la gestión de una acción política paradójica en la que, en último término, tendría que poder caber tanto la organización de un referéndum contra los recortes sociales y económicos, como la defensa de los bloqueos y expropiaciones, Dinero Gratis.

Si la fuerza del anonimato atraviesa, en el sentido de profundizar, el impasse de lo político, lo hace cortocircuitando efectivamente la oposición tradicional reforma/revolución. De aquí que hablar de querer radicalizar el movimiento del 15 M sea un planteamiento equivocado sobre todo por anticuado. No se puede radicalizar lo que ya es absolutamente radical. ¿Se puede ir más allá de un NO que involucra anticapitalismo, crítica de la representación, y una pasión por dar veracidad a lo que se hace? En todo caso, lo que sí se puede es contribuir a colmar déficits políticos (la toma de decisiones, la invención de dispositivos organizativos nuevos…). Pero, sobre todo, lo que es fundamental es ayudar a que la fuerza del anonimato expulse de sí el miedo a su propia fuerza. Tenemos que ser capaces de separar este nosotros plural y diverso que se hace presente en cualquier lugar de lo que es la opinión pública. Esto es especialmente importante por lo que hace referencia a la violencia. Una fuerza política si quiere tener efectividad debe saber posicionarse en relación a la cuestión de la violencia. El movimiento del 15 M con su resistencia pacífica ha sido capaz de desenmascarar la violencia de “lo democrático”. La democracia no es “lo democrático”. “Lo democrático”, que es la democracia verdaderamente existente, consiste en una especie de pasta pegajosa mediante la que nos envuelven para atarnos mejor a la realidad. En “lo democrático” caben desde las normativas cívicas a las leyes de extranjería, pasando por la policía de cercanía que invita a delatar. “Lo democrático” es una mezcla de Estado-guerra que hace de la política una búsqueda permanente de enemigos a eliminar, y de fascismo postmoderno que reduce la libertad a opciones personales y admite la diferencia sólo si es claudicante. “Lo democrático” es el aire que respiramos. Se puede mejorar, limpiar, regenerar – y los términos no son casuales – aunque nunca nos dejarán probar si podemos vivir respirando fuego. “Lo democrático” es, en sí mismo, pura violencia en su doble cara: represiva e integradora; así como también la coartada de la violencia que se autodenomina legítima. Desde esta constatación es evidente que ante la pregunta de si condenamos o no la violencia, debemos callar. Callar ya es una manera de hablar. Porque la mayor violencia la ejerce quién decidiendo qué es la violencia pretende obligarnos a que definamos en relación a ella.

Tenemos que asumir la violencia que la fuerza del anonimato, en tanto que fuerza política, necesariamente comporta. Tomar una plaza es abrir un espacio de libertad en la realidad; tomar la palabra es interrumpir el monólogo del poder; poner el cuerpo es resistir absolutamente porque un cuerpo en lucha puede llegar a ser destruido, pero nunca vencido. No tengamos miedo a estar solos ni a fracasar. Dirán que el movimiento del 15 M se ha degradado, que ya no es lo que era. Luego añadirán que “todo nos separa”, que somos incapaces de ponernos de acuerdo, de llegar a propuestas concretas. Es la vieja música del poder, esa melodía triste e impotente que sirve para hundir cualquier atisbo de crítica nueva. Su extrema eficacia reside en que conecta con nuestros propios miedos, especialmente el miedo a experimentar. Nada está cerrado ni la realidad aunque se presente obvia, está definitivamente clausurada. Cuando nos acusan de haber traspasado una línea roja tienen ciertamente razón. La peste se extiende. Dos ejemplos recientes. El rectorado de la Universidad de Barcelona tuvo que anular la entrega de la medalla de oro (4000 euros) a un antiguo presidente de la Generalitat, porque según dijo, era imposible asegurar el carácter académico del acto. En la junta de accionistas del Banco de Santander, un infiltrado denunció tanto la corrupción como el papel jugado por el banco en la economía del país. Efectivamente, los apestados llegan cada vez lejos con sus provocaciones. Estamos ante un cambio histórico, el temido despertar político mundial que anunciaba el consejero de tantos gobiernos americanos y cofundador de la Trilateral, Z. Brzezinski. El Sr. Felip Puig ha decidido formar una nueva unidad de la policía especializada en la lucha contra la guerrilla urbana. Una vez más se equivoca. Para terminar con la peste tiene que empezar a fumigar las plazas, las universidades, las escuelas… todos los emplazamientos en los que el querer vivir se hace desafío. La peste lleva cada vida al extremo de sí misma, quita las máscaras, sacude la inercia de la normalidad. Hasta ahora nos han regalado el miedo para vendernos seguridad. Esta ha sido la historia de las sociedades capitalistas. ¿Pero qué seguridad pueden ofrecernos cuando nos han robado el futuro? Sin futuro, el miedo desaparece. La realidad, esta realidad injusta y miserable, nos hace cada vez más valientes.